viernes, 3 de mayo de 2013

-★DESMINTIENDO ARITMETICAMENTE LA CIFRA DE LOS 6 MILLONES DE JUDIOS "GASEADOS" PARTE 3


PARTE 3







TRAGEDIA Y COMEDIA PAG. 60


Al estudiar el Mito nos hemos encontrado con situaciones verdaderamente grotescas, pues el histrionismo de los mantenedores del fuego sagrado les ha jugado una mala pasada. Hemos encontrado auténticos «gags», verdaderos chistes dignos de una antología del humor negro.
Antes de pasar a un análisis de lo esencial que sobre los principales campos de concentración se ha dicho, un pequeño intermedio humorístico nos ha parecido refrescante. El fiscal Joseph Kirschbaum, judío nacido en Alemania y naturalizado americano, convocó ante el Tribunal que juzgaba a los acusados de crímenes contra la Humanidad en el campo de Dachau, a un tal Jacob Einstein, con objeto de que testificara de que el acusado Menzel, guardián del campo, había dado muerte a su hermano, Simon Einstein. Cuando Menzel respondió que el tal hermano se hallaba en buena salud y, de hecho, sentado a unos tres metros de distancia del propio Kirschbaum, éste arrojó un legajo de papeles a la cabeza del pobre Jacob Einstein y le dijo:

«¿Cómo diablos quieres que lleve a ese cerdo a la horca si tú eres lo bastante estúpido para traer a tu hermano a esta sala?». 1

Este no fue un caso aislado. Cuando el Coronel A. H. Rosenfeid, Juez Principal de los acusados del campo de concentración de Dachau abandonó su puesto en 1948 para trasladarse a los Estados Unidos,
los periodistas le preguntaron si se habían ejercido «presiones físicas y morales» contra los acusados para que declararan de acuerdo con los deseos de la acusacion. su respuesta fue:

¡Claro que si! De otro modo, hubiera sido imposible hacer cantar a esos pájaros». 2


1 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century», pág. 24.
2 Id., pág. 25.


Un testigo de la Acusación. sin duda un humorista, cuyo nombre era Krath y su origen étnico judío, declaró ante el Tribunal de Frankfurt que juzgaba los crímenes del campo de Auschwitz que él había trabajado en el laboratorio dental del campo y había visto al personal alemán arrancando los dientes de oro de miles de judíos recién asesinados, y antes de ser llevados a los crematorios. Añadió que «... casi cada día los asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de dientes». Bien. Ya tenemos algo que llevarnos a la boca, si se nos excusa la expresión. «Casi cada día los asesinos de las SS se llevaban un camión lleno de dientes». Esta declaración nos permitirá manejar algunas. cifras que demostrarán la alta calidad y la integridad moral de ese testigo.
Con objeto de ponernos, como siempre. del lado más favorable a la interpretación de la tesis oficial judia, y para que el numero de gaseados destinados a ser cremados sea más bien subestimado que exagerado, partiremos de los siguientes supuestos:

1) Cada judío pensionista de Auschwitz poseía el juego completo de dientes con que le dotó Jehová, es decir, 32. Eso, al principio.
2) Porque, luego, cada judío los había perdido todos, sustituyéndolos – todos, los 32- por otros tantos dientes de oro.
3) Los asesinos de las SS, en vez de usar un camión, usaban una carretilla estilo jeep.
4) «Casi cada día» vamos a considerarlo como «un día sí y otro no».

Creemos, modestia aparte, hacer gala de un espíritu deportivo que merecería los plácemes del más exigente gentleman británico.
Supongamos que el jeep llevaba una plataforma de trasporte de 160 por 250 por 60 centímetros.
Esto da una capacidad de 2,4 metros cúbicos.
Suponiendo que cada diente judío tuviera 2 centímetros de largo por 6 milímetros de ancho y otros tantos de grueso, obtenemos una capacidad total, por cada boca de 32 dientes igual a 23 centímetros cúbicos.
De manera que cada jeep llevaba  1.382.400 dientes pertenecientes a 43.200 gaseados destinados a ser incinerados. Es decir, que cada día se gaseaban como preludio a su incineración-- 21.600 judíos. Lo que daba, sólo en un año, la cifra de 7.884.000 gaseados. Para ser luego incinerados. Y sólo en Auschwitz. Y eso incluye a los judíos con dentaduras completas de oro.
El inefable testigo, señor Krath, no fue arrestado en el acto por el Juez, por desacato al Tribunal. Porque desacato y ultraje es suponer que el Tribunal pueda tener tan descomunales tragaderas. El Juez, tampoco ordenó que el testigo fuera internado en un manicomio simplemente ordeno que se tornara nota de su declaración jurada que fue incorporada al dossier. 1
Otro testigo. Aaron Sommerfeldt hizo ante el Tribunal de Düsseldorf que se ocupaba de los crímenes del campo de Belsen. Esta original deposición:

«Los SS mataban durante toda la semana, pero nunca en domingo». Evidentemente. Esta declaración persigue un doble objetivo: por una parte ironiza sobre la festividad cristiana del domingo. Por otra, reactiva la vieja mentira del anticristianismo nazi, al «descansar», jocosamente los SS, los domingos, en que no mataban a judíos. Sommerfeldt identifico a un acusado, antiguo guardián del campo de Belsen, diciendo que le había visto «apuñalar y luego ahorcar» a un judío el 18 de Octubre de 1942.
Ese «juicio» se celebró en Düsseldorf el 13 de Enero de 1965. Admirémonos del «golpe de vista» del buen Aaron que reconoció, veintitrés años después, con ropajes civiles, a un hombre que, cuando le vio cometer ese crimen, llevaba traje militar, y en unas circunstancias en que el testigo decía estar bajo intensa presión psíquica, y también temeroso de que le sucediera a él lo mismo. Fantástica su memoria. Fantástico también, que recordaba la hora y la fecha exacta el 18 de Octubre de 1942. Admirable memoria. Con una sorprendente laguna, no obstante. Que, según el abogado defensor, el 18 de Octubre de 1942 era precisamente, Domingo. 2

1 «Evening Press», Dublin, 21 de Diciembre de 1964.
2 «Nationalist News», Dublin. Enero de 1965.


El celo de algunos propagandistas judíos para explotar el tema de los exterminios en Auschwitz no sólo ha devaluado la supuesta capacidad judía para la Aritmética sino que también ha servido para mostrar en cuán poco estiman ellos la inteligencia de sus lectores.

Lino de tales propagandistas es Olga Lengyel, que, en su libro, «Cinco Chimeneas» 1 comprobar los más minimos detalles sobre las cámaras de gas y los crematorios. Y afirma:

«Desde 1941, hubo en servicio cuatro hornos crematorios  y el rendimiento de esta inmensa planta de exterminación aumento extraordinariamente».
«Trescientos sesenta cadáveres cada media hora, que era el tiempo que se precisaba para reducir la carne humana en cenizas, totalizaba 720 cadáveres por hora, o sea 17.280 al día. Y los hornos, con asesina eficiencia funcionaban día y noche. Además, debemos tener igualmente presentes los «pozos de la muerte», inmensas piras que podían incinerar otros ocho mil cadáveres al día En números redondos, los nazis quemaban unos veinticinco mil cadáveres diarios.» 2

Bien. A efectos puramente polémicos, vamos a tomar como ciertas, como lógicas, las palabras de la Señora Lengyel, aún cuando más adelante demostraremos la inexistencia de esos «hornos gigantes». Ciñámonos, exclusivamente a la deposición de ese testigo, que compareció citados por la acusación en varios procesos antinazis y su testimonio fue, muy seriamente, aceptado por los respectivos Tribunales.
Según la Señora Lengyel, hubo 25.000 cadáveres diarios. Eso totaliza, al año, 9.125.000. Olvidándonos del período transcurrido entre 1940, cuando empieza a funcionar el campo de Auschwitz, hasta las supuestas instalaciones de los «cuatro nuevos hornos gigantes», tendremos que la cifra de seis millones de judíos exterminados por los nazis es falsa. Ya no se trata de seis millones, sino de ¡Treinta y seis millones y medio!... sólo en Auschwitz.
Una cifra que es superior al doble de la totalidad de la población judía en el mundo en 1939, según fuentes judías. Insistimos en que el anterior cálculo sólo lo hemos hecho para demostrar una vez más, la ligereza con que se citaban cifras ante los Tribunales y el desparpajo con que éstos las aceptaban.
Un testigo que, bajo juramento, hubiera hecho tal deposición ante cualquier Tribunal del Mundo, exceptuando Nuremberg, hubiera sido arrestado, en la sala, por orden del Juez, por manifiesto perjurio. Otto Hoppe, un guardián del campo de Dachau, estuvo en la cárcel, desde 1949, en que fué condenado a cadena perpetua por «crímenes contra la Humanidad», hasta 1965. Sus «crímenes contra la humanidad» consistían en haber dado muerte – según el testimonio de varios judíos – a un tal H.S. De Griessen y a un antiguo miembro del Reichstag llamado Asch. Huelga precisar que, según la Acusación, De Griessen y Asch eran judíos. Pero a mediados de 1965 se descubrió que De Griessen estaba vivo y gozaba de excelente salud, y que el diputado Asch nunca existió. 3
Tal vez fué en el proceso de Frankfurt, incoado contra los guardianes del Campo de Auschwitz, donde se batieron todos los records de maligna estupidez.
El abogado defensor fué amenazado por el Juez con ser llevado ante un Tribunal de «desnazificación» por osar poner en duda la veracidad de las declaraciones de un testigo presentado por la Acusación; dos testigos de la Defensa, Georg Engeishall y Jacob Fries, tras deponer en favor de los acusados, fueron detenidos en plena Audiencia. Finalmente, a los acusados no se les permitía hablar; sólo podían hacerlo cuando les interrogaba el Juez o la Acusación, y no se les permitían más respuesta que «sí» o «no». Fué, precisamente el Proceso de Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz el que superó todas las cotas de parcialidad por parte del Tribunal. Como ya se había demostrado, por organismo de indudable «cachet» democrático, que en toda Alemania no existieron, jamás, cámaras de gas, los mantenedores del Fraude de los Seis Millones se aferraron desesperadamente a la tesis de que tales cámaras existieron y funcionaron sólo en siete campos, ubicados en Polonia, el principal de los cuales era, con mucho Auschwitz.

1 Olga Lengyel: «Five Chimneys», Panther Books, Londres, 1959.
2 Id., p. 80-81.
3 «Europe Action», Coburg, 20–IX–1965.


Se había logrado demostrar que en los veintitrés principales campos de concentración alemanes no hubo tales cámaras de gas, a pesar de haberlas «filmado» numerosas películas propagandísticas angloamericanas. Pero al llegar a Auschwitz... «con la Iglesia comunista hemos topado». Allí se acababan las actividades de los comités de investigación, que tropezaban con la «palabra de honor» de las autoridades comunistas polacas, atestiguando que allí hubieron cámaras de gas, dándose el asunto por terminado.
Pues bien, para demostrar que en Auschwitz tampoco existieron las llamadas «cámaras de gas» quiso trasladarse a Frankfurt Paul Rassinier, ex-alcalde de Belfort, miembro del Partido Socialista S.F.I.O. (Sección Francesa de la Internacional Obrera), miembro del «maquis» que luchó contra los alemanes, inválido de guerra al 90 por ciento e internado en diversos campos de concentración alemanes. Los abogados defensores de los guardianes acusados solicitaron su presencia como testigo de descargo. ¡Pero las autoridades Oeste-Alemanas le denegaron el visado de entrada! Huelga decir que dicho visado no se negó a numerosos «supervivientes» que, procedentes de Israel, los Estados Unidos y el Este de Europa, se presentaron en Frankfurt para declarar como testigos de cargo. Tiempo habrá de ocuparse con el necesario detenimiento de la general actitud oficial del Gobierno y de los funcionarios de la llamada República Federal Alemana.



El campo de Dachau PAG. 63
Cuando las tropas aliadas occidentales penetraron en Alemania, la campaña propagandística desatada por las grandes agencias internacionales de noticias acerca de las atrocidades alemanas y, concretamente, de los campos de «exterminio», se hallaba en todo su apogeo. Es un hecho que cuando los americanos ocuparon el campo de Dachau, inmediatamente fotografiaron «cámaras de gas», «crematorios» y montones de cadáveres. Es evidente que un montón de cadáveres es lo que más se parece a otro montón de cadáveres. Perogrullada. Es cierto. Pero también es cierto que lo que caracteriza a esta época nuestra de intoxicación mental y de lavado de cerebro colectivo es, precisamente, el olvido de Perogrullo. Pues tales montones de cadáveres que aparecían monótonamente en la prensa, tanto podían ser de Dachau como de cualquier otro lugar. Y así, por ejemplo, luego resultó que uno de aquellos macabros montones, que se decían haber sido fotografiados en Dachau, por los fotógrafos de las libres democracias, habían sido fotografiados en Dresde, por los fotógrafos de la «Gross Deutchsland» tras el bombardeo inglés de aquella ciudad-hospital.
Es un hecho también, que nunca hubieron «cámaras de gas» en toda Alemania. En realidad, no las hubo en ningún lugar de Europa, pero, hasta ahora, sólo se ha admitido oficialmente su inexistencia en Alemania. Basta con recordar la conocida declaración del Instituto de Historia Contemporanea de Munich (en el que trabajan numerosos judíos) que, textualmente, afirmaba: «Nunca hubieron cámaras de gas en ningún campo de concentracion situado en el territorio del antiguo Reich». 1

1 Instituto de Historia Contemporanea: Declaración del 19-VIII-1960.


No obstante, los americanos afirmaron que tales «camaras de gas» existían. Luego. Súbitamente. se hizo el silencio, al comprobarse que las pretendidas «camaras de gas» no eran más que unos «baños-ducha» para despiojar (lamentamos la palabra, pero no hay otra, y, además, es la traducción literal del alemán y del inglés) a los internados, especialmente a los prisioneros procedentes del Este.
Pero si se dejó de hablar de «cámaras de gas» en Dachau, sí que se organizó un clamoreo inmenso a propósito del crematorio gigante instalado en aquel campo. Durante mucho tiempo, todo el mundo estuvo convencido de que en tal horno se incineraban los cadáveres de los gaseados judíos. Aunque luego, al demostrarse la inexistencia de las «camaras de gas», se aseguró que las víctimas eran directamente incineradas, es decir,  quemadas en vivo. Aparte de que no debe ser tarea fácil colocar a unos individuos en unos hornos, recomendándoles que se estén quietos mientras se ponen en marcha las parrillas que deberán reexpedirlos «ad patres» convenientemente transformados en cenizas, el procedimiento de ejecución sigue pareciéndonos barroco, costoso en tiempo, en energía y rebuscado.
Nos recuerda demasiado aquellas películas americanas de la serie Fantomas en que el bueno y la chica, atados de pies y manos ante los malos. Armados hasta los dientes, eran encerrados en una cámara hermética. Al cabo de unos angustiosos instantes. Empezaba a emanar el agua de un grifo colocarlo en el techo; primer plano del bueno, sosteniendo a la desmayada chica con sus manos. Por encima de su cabeza, mientras el líquido elemento llega, inexorablemente, a su barbilla. Entonces, la Policía logra abrir las compuertas, salvando la vida de los protagonistas, los cuales todavía llegan a tiempo de capturar a Fantomas en el momento en que va a poner pie en la frontera mejicana con el maletín conteniendo el millón de dólares.
 El lavado de cerebro colectivo, llevado a cabo por la «mass media», ha logrado que la infantil y fantomática historia del crematorio de Dachau sea aceptada por ignaras masas de crédulos lectores, auditores y televidentes, los cuales no parecen haberse interrogado sobre el por qué del «modus operandi», tan inútilmente complicado de los verdugos nazis. Teniendo en sus manos a una inerme masa de prisioneros, a los que se asegura que deseaban exterminar ¿por qué no hacerlo a garrotazos, o, máxime, a tiros, en unos días, en vez de complicarse la existencia con crematorios, por no hablar de las super fantomaticas ‘cámaras de gas»?
Se argüirá que esta pregunta no constituye, ni directa ni indirectamente, una prueba; que no pasa de ser un indicio. Que los nazis podían estar poseídos de locura diabólica, como Fantomas. Pues bien: El arquitecto Karl Johann Fischer, de Munich, internado por los americanos, después del final de la guerra, en Dachau, se presento voluntario para proceder a la limpieza del crematorio, del que se contaban horrores.

«Lo que pude ver y constatar sobrepasó mis previsiones. Aquellos hornos, recientemente construidos, no estaban, siquiera, secos; la albañilería todavía no había cuajado del todo. Además, todas las partes metálicas estaban nuevas y no habían conocido jamás el contacto con el fuego. Allí no se hubiera podido asar un perrito, ni siquiera un volátil, pues aquellos cuatro hornos no reunían las condiciones necesarias para ello. Aquellas construcciones de diletantes, que querían hacer pasar como hornos crematorios, no poseían ni siquiera una chimenea...» 1

Del anterior testimonio se deduce que los «libertadores» americanos, no sólo mantuvieron en funcionamiento el campo de Dachau, limitándose a la substitución de los anteriores internados por militares y civiles alemanes, sino que además se apresuraron a construir unos ridículos hornos crematorios atribuyendo su construcción y su uso a los nazis.
Según el testigo Gerhardt Rossberger, antinazi  y responsable alemán del campo de Dachau, desde Mayo hasta Septiembre de 1945, es decir, durante los cinco primeros meses de la post-guerra:

«en el campo de concentración de Dachau habia, antes de 1945, un pequeño crematorio, destinado a la incineración de las personas que morían victimas del tifus, pero nunca hubo ninguna cámara de gas. Los agentes americanos Howard y Strauss intentaron transformar el vestíbulo del crematorio en una «cámara de gas», pero cuando el mayor Duncan, americano y comandante del campo, se enteró del proyecto, rehusó su autorización» 2


1 «Deutsche Wochen Zeitung», 6-V -1977.
2 Id., 7- V– 1977.

El detalle de la chímenea olvidada, según el mencionado testimonio del arquitecto Fischer, quiso ser corregido más tarde, a principios de la década de los cincuenta, en que los americanos construyeron dicha chimenea, según otro testigo, alemán pero antinazi, Horst Kreuz, de Munich. No obstante, tampoco esta vez se hicieron las cosas bien, pues los constructores se olvidaron de ensuciar hornos y chimeneas con hollín, detalle que fue corregido mas tarde.1 Stephen F. Pinter, abogado del Departamento de la Guerra de los Estados Unidos, que sirvió en Alemania con las fuerzas de ocupación, por un periodo de seis años, manifestó, en el semanario católico «Our Sunday Visitor», lo siguiente:

«Estuve en Dachau diecisiete meses, después de la guerra, como Fiscal del Departamento de Guerra, y puedo atestiguar que en Dachau no hubieron ni cámaras de Gas ni crematorios. Lo que se mostraba al público como cámaras de gas no era más que un minúsculo crematorio para incinerar a personas que morían de enfermedades infecciosas, y precisamente para evitar la propagación de infecciones, muy especialmente el tifus. Se nos dijo que había una cámara de Gas en Auschwitz. Pero como estaba en la Zona de Ocupación Rusa no pudimos comprobarlo por no habérnoslo permitido las autoridades rusas. Por lo que pude investigar, en mi calidad de Fiscal del Ejército de los Estados Unidos, durante mis seis años de postguerra en Alemania y Austria, hubo un elevado número de judíos que murieron, pero la cifra de un millón, ciertamente, no se alcanzó. Yo interrogué personalmente a miles de judíos, ex–internados en campos de concentración alemanes y me considero tan bien informado como el que más en este sujeto». 2

Recalquemos que el señor Pinter ostentaba el cargo de Fiscal en el War Departament, es decir, en el Ministerio de la Guerra de los Estados Unidos.: Dachau era uno de los más antiguos campos de concentración alemanes, y albergaba mayoritariamente a presos políticos austríacos, presos comunes y, al final de la guerra, también soldados prisioneros, procedentes del frente del Este, en su mayoría.
Naturalmente, también había presos judíos, no englobados en las categorías que acabamos de enumerar. Los presos eran utilizados como trabajadores en fábricas cercanas, aunque también se dedicaban al cultivo de una plantación de hierbas medicinales instalada junto al campo y a secar pantanos y zonas cenagosas de las cercanías. El avance de las tropas rusas en el frente del Este forzó a las autoridades alemanas a evacuar cada vez más hacia el Oeste a su impresionante masa de prisioneros de guerra. Más del ochenta por ciento de esa masa estaba compuesta de rusos. Los bombardeos de la aviación aliada habían conseguido crear en Alemania, sobre todo a partir de mediados de 1944, una situación caótica. Como es lógico en una situación bélica, el suministro de abastecimientos, así como de armas y municiones para los soldados que luchaban en el frente gozó de absoluta prioridad. Luego, venían, por este orden, los suministros de víveres a la población civil y a los presos, militares y políticos. La guerra de bloqueo practicada por Inglaterra, y secundada desde su entrada en la guerra a finales de 1941 por los Estados Unidos, contribuyó notoriamente al fomento del hambre en Alemania, sobre todo a ‘partir del Otoño de 1944. Las consecuencias las pagaron, como era de esperar, la población civil y, aún más que ésta, los internados en los campos de concentración.
A principios, de Marzo de 1945, Kaltenbrunner dió la orden de permitir la presencia en cada campo de concentración, de un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja. Estos delegados tenían por misión supervisar la entrega de alimentos a los presos. Una parte de esos alimentos procedía de países neutrales.
El 29 de Abril, la mayor parte de los guardianes y empleados administrativos alemanes a cuyo cuidado estaba encomendado el campo, se retiraron hacia el Este; en vista de la inminente llegada de las tropas americanas. Sólo quedaron algunos guardianes al mando del teniente SS Wickert y el delegado de la Cruz Roja. Según los escritores judíos Franz Lenz y Nerin E. Gun, que se hallaban presentes en Dachau en el momento de la llegada de los americanos, lo primero que éstos hicieron fué ametrallar a los alemanes que iban a entregarles el campo. Ni los indefensos perros guardianes escaparon a esa suerte. El motivo de esos ametrallamientos fué, según afirman los citados autores judíos, 3 La indignación provocada en el jefe del destacamento americano por el hallazgo de un tren de mercancías en el que se encontraron unos quinientos cadáveres.

1 [Falta]
2 «Our Sunday Visitor», 14-VI-1959.
3 Nerin E. Gun: «The Day of the Americans» y Johann M. Lenz: «Christ in Dachau», aun cuando la probable autora de ésta última obra fuera la Baronesa Waldstein.


Se trataba, principalmente, de prisioneros de guerra rusos, muchos de ellos enfermos del tifus, que quedaron abandonados en una vía muerta de la estación de ferrocarril de Dachau, tras un bombardeo de la aviación anglo-americana, unas semanas antes del abandono del campo por la mayor parte de los guardianes alemanes. Butz afirma 1 que la versión de Gun y de Lenz es falsa en lo que se refiere al ametrallamiento colectivo de los guardianes; en todo caso, el delegado de la Cruz Roja omitió mencionar el «incidente» en su informe.
Según afirma el ya citado Fiscal norteamericano Pinter, 2 encontrar cadáveres en los trenes alemanes hacia finales de la guerra no era nada extraordinario, incluyendo los trenes ordinarios de pasajeros. A finales de Enero de 1945 llegó a Berlin un tren con ochocientos refugiados civiles, todos ellos muertos de frío. 3
El indescriptible caos creado por los bombardeos de los Aliados hacia que para un viaje de un par de horas se invirtieran, a veces, ocho días, sin alimentos y sin calefacción. En el caso de Dachau, a donde afluían, desde
Enero de 1945, muchos prisioneros de guerra rusos, la situación era todavía más grave debido al aludido bombardeo de la población, que afectó necesariamente al servicio de suministros al campo de concentración, aparte de que en el mismo, según Rassnier, cayeron también numerosas bombas. 4 En ese campo, según fuentes americanas, se encontraron a unos 35 ó 40 mil prisioneros de guerra soviéticos, 5 casi todos ellos en avanzado estado de infección tífica, y muy desnutridos. Los baños-ducha para despiojar (las, en un principio llamadas «cámaras de gas») eran demasiado reducidos; no daban abasto para la población del campo. En los cuatro pri meros meses de 1945 se produjeron quince mil muertes a causa del tifus. 6 En 1946, el Secretario de Estado del Gobierno «autónomo» de Baviera, Philip Auerbach, descubrió, en Dachau, una placa en la que podía leerse:

«Esta zona se considerará, desde hoy en adelante, como el altar del sacrificio de 238.000 judíos que aquí fueron asesinados en los hornos crematorios».

Este señor Auerbach, por cierto un judío, de profesión abogado, se especializó en demandas judiciales al titulado gobierno de Baviera para obtener sumas inmensas de dinero en concepto de «reparaciones» a los familiares de los judíos gaseados y cremados en Dachau. Hasta que un buen día se demostró que tales «victimas» – y, menos aún, sus «familiares» – no existieron nunca, y que todo no pasaba de ser una burda estafa. Y el señor Auerbach fue a la cárcel. Hoy en día, la placa de los «238.000» ha desaparecido, por ser la cifra manifiestamente imposible y por no haberse podido aún llegar, en Occidente, al inconmensurable cinismo del Este donde se mantiene todavía el mito de Auschwitz. La placa ha sido discretamente quitada. Porque tras sucesivas rebajas impuestas por la Aritmética, se ha llegado a la cifra máxima de 20.600 muertes, la mayoría causadas por el tifus y la desnutrición en los últimos meses de la guerra.

1 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».
2 Stephen F. Pinter, Id.
3 Christopher Burney: «The Dungeon Democracy».
4 Paul Rassnier: «La Mentira de Ulyses».
5 Boletín de la «American Association for the Advancement of Science». (Asociación Americana para
el Progreso de la Ciencia).
6 Boletín de la Cruz Roja Internacional, 1947.

El Cardenal Faulhaber, Arzobispo Católico de Munich, informó a los americanos de que, durante los bombardeos aéreos de la capital bávara en Septiembre de 1944 perecieron treinta mil personas. El propio Arzobispo pidió a las autoridades alemanas que incineraran los cuerpos de las víctimas en el crematorio de Dachau. Desgraciadamente, ese plan no pudo llevarse a cabo. El crematorio, que sólo poseía un horno – que se utilizaba para incinerar a los internados que morían de muerte natural y especialmente de enfermedades infecciosas – no podía hacerse cargo de aquéllos 30.000 cadaveres, según le informaron a su Eminencia las autoridades del campo.

De ello se deduce que todavía menos hubieran podido los nazis incinerar a los inicialmente pretendidos 238.000 judíos. Disponiendo – como. se ha demostrado – de un crematorio con un sólo horno, el número máximo de judíos que podían cremar los nazis, diariamente, era de doce. O sea, 4.480 judíos al año. Con lo que, para cremar en Dachau a los supuestos 238.000 judíos, hubieran sido precisos setenta y dos años. Es decir, que las complicadas ejecuciones debieran haber continuado ininterrumpidamente hasta el año 2.013, suponiendo que, como se dice, empezaran en 1941. Además, y tomando como promedio 2,5 kgs. de cenizas por persona, hubieran debido aparecer nada menos que 595 toneladas de cenizas. Casi seiscientas toneladas de ceniza, que es una substancia ligera, de mínima densidad. Hubieran debido aparecer verdaderas montañas.
¿Dónde están?
¿Cómo no se fotografiaron esas montañas de ceniza?
Ralph W. McInnis, un jurista norteamericano que fue Jefe Administrativo para la División de Relaciones Culturales y Educación del Programa de Desnazificación de Alemania, dimitió de su cargo en señal de protesta por las resoluciones del Tribunal de Nuremberg, regresó a los Estados Unidos y escribió un libro 1 sobre los abusos de las tropas de Ocupación Aliadas en Alemania y sobre los que se atribuían a los nazis. Al hablar del campo de Dachau Mclnnis dice:

«Estando de permiso visité el campo de Dachau... Al principio no vi ninguna razón para sospechar una burla, pero después de un examen más detenido de este cepo para turistas me vi obligado a llegar a la conclusión de que yo y millones de otros confiados americanos habíamos sido víctimas de noticias arregladas. En el interior de la cámara de gas (?) un curioso observador puede constatar que se halla ante un burdo fraude. De hecho, el engaño era demasiado perfecto, demasiado limpio, pues la cámara de los horrores estaba nueva y brillante, sin una mancha, rasguño, señal o deterioro que atestiguase que alguien había muerto alli».

Todavía tenían que pasar años para que el Instituto de Historia Contemporánea de Munich afirmase oficialmente que ni en Dachau ni en ningún otro lugar de Alemania o Austria había habido cámaras de gas. Pero, no obstante, cuando el comunista checo Franz Blaha, judío, declaró ante el Tribunal de Nuremberg que «la cámara de gas de Dachau fue terminada en 1944 y el doctor Rascher me encargó que vigilara las primeras víctimas; había ocho o nueve personas, de las que tres continuaban vivas, y las demás tenían los ojos enrojecidos, etc. etc...» 2, el Tribunal, que no se consideraba obligado por las reglas técnicas de la administración de pruebas (artículo 19) no se las pidió y el hecho, declarado de notoriedad pública (artículo 21) fue considerado como demostrado.
A consecuencia del perjurio del Doctor Blaha, muchos acusados alemanes fueron a la horca, pero a él nadie le pidió cuentas. Entretanto, el museo de horrores de Dachau continúa abierto al público. La placa de los 238.000 judíos muertos ya no está. La «brausebad» o sala de baños es presentada como lo que fue, una sala dedespiojamiento y no una cámara de gas. Y los «238.000» gaseados y cremados se han transformado, de momento, pues la cuenta sigue bajando, en 20.600 como máximo posible, por desnutrición y enfermedades infecciosas. Esta deflación hasta el 10 por ciento de la cifra original, continuará bajando hasta  un 6 por ciento, y un día será aplicada a la mítica cantidad de los seis millones.

1 Ralph W. McInnis: «Managed Atrocities».
2 Debates de Nuremberg, Tomo V, pág. 75.






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