viernes, 3 de mayo de 2013

-★DESMINTIENDO ARITMETICAMENTE LA CIFRA DE LOS 6 MILLONES DE JUDIOS "GASEADOS" PARTE 4


PARTE 4






El mito de Ana Frank PAG. 70

Fue precisamente en el campo de concentración de Bergen-Belsen donde, en marzo de 1945, se dice que murió la niña judía Ana Frank. El libro que cuenta los horrores de su historia concentracionaria apareció en 1952, con el título «Diario de Ana Frank», convirtiéndose inmediatamente en un «best-seller». Desde entonces se han hecho, sólo en lengua inglesa, cuarenta y dos ediciones y una película en Hollywood. El padre de la niña, Otto Frank, en royaltyes sólo, por la venta del libro, ha hecho una fortuna. También ha ingresado mucho dinero por los derechos sobre la película y las versiones teatrales que se han hecho en numerosos idiomas. Esta fortuna la ha amasado, no lo olvidemos, gracias a la venta de un libro que cuenta la historia de la – se asegura – tragedia real de su hija.

Según afirma, atinadamente, el escritor inglés Harwood, 1

«...apelando directamente a la emoción del público, el libro y el film han influenciado literalmente a millones de personas, ciertamente a muchas más que cualquier otra historia de esa clase. Y, no obstante, sólo siete años después de su publicación inicial, la Corte Suprema del Estado de Nueva York estableció que el libro era un fraude».

La verdad sobre el Diario de Ana Frank fue revelada, en primer lugar, por el periódico sueco «Fria Ord», en 1959, en una serie de artículos diarios aparecidos en marzo. En abril de aquel mismo año, la revista americana «Economic Council Letter» 2 resumió los artículos de su colega sueco, con la siguiente gacetilla:

La Historia nos proporciona muchos ejemplos de mitos que tienen una vida más rica y más larga que la verdad, y que, sin duda, pueden llegar a ser más efectivos que la verdad.

«El Mundo Occidental, durante varios años, ha podido enterarse de las vicisitudes de una niña judía, a través de lo que se ha afirmado que fue su diario personal, personalmente escrito por ella Pero ahora, una decisión de la Corte Suprema del Estado de Nueva York nos informa de que el escritor judeo-americano, Meyer Levin, ha recibido, o deberá recibir, por orden del juez, la suma de 50.000 dólares que deberá pagarle el padre de Ana Frank, en concepto de honorarios por el trabajo de Levin en el libro titulado precisamente El Diario de Ana Frank».
Una triste historia, en verdad. Un señor se hace millonario gracias a una lacrimógena historia, que dice haber escrito su hija, muerta. Luego para pagar al autentico autor de la historia tiene que ser llevado a los tribunales. Y, por favor, que no se diga que todo esto es una maquinación antisemita.
Si el demandado, y condenado a pagar, Otto Frank, era judío, también lo eran el demandante, el autor Meyer Levin, así como el Juez, Samuel L. Coleman. 3

1 Richard Harwood: «Did Six Millions Really Die?»
2 «Economic Council Letter», New York, 15-4-59.
3 Lo referente al caso Weyer Levin  - Otto Frank está archivado en la Oficina del Condado de Nueva York (New York County Clerk’s Office), con el número 2241.1956, y también en el «New York Supplement, II Serie 170, y en 5, II Serie 181. Otto Frank apeló contra la cuantía de la sentencia, alegando vicio de forma en la demanda. Le fue dada razón. La sentencia fue casada, y todo terminó en un arreglo amigable entre el padre de Anna Frank y el autor de «su» libro, Meyer Levin. Así obtuvo Otto Frank una rebaja en la cifra a pagar (Harwood, op. cit.).


Naturalmente, que el Diario de Ana Frank es una farsa, destinada a formar parte del arsenal ideológico de los mantenedores del mito, lo saben muchas personas (aparte, claro es, de los beneficiarios del Gran Fraude de los Seis Millones)  pero la gran masa del público lo ignora. Y no obstante, como fraude, es de los más burdos que se han llegado a concebir y su éxito hace dudar muy seriamente por lo menos. Dudar de la capacidad mental del hombre disuelto en la masa.
Veamos. El Diario de Ana Frank se ha vendido al público como si fueran las auténticas memorias de una niña judía de Amsterdam, que, a la edad- de doce años, escribía sus vivencias en unos cuadernos, mientras ella y cuatro familiares judíos se escondían en una buhardilla durante la ocupación alemana. Eventualmente fueron detenidos y mandados a Bergen-Belsen, donde se dice que la niña murió, probablemente del tifus. El «se dice» se basa en el testimonio de su padre Otto Frank, el cual, al salir del campo de concentración al final de la guerra, regresó a su casa de Amsterdam y, casualmente, encontró el diario de su hija, escondido en una cavidad entre la viga y el techo.
¡También es casualidad ir a encontrar el diario en sitio semejante, caramba!
¿Qué debía estar buscando el viejo Otto Frank, entre la viga y el techo?.
¿Qué raras cabriolas debió hacer Ana Frank para encaramarse por la pared y esconder su obra literaria en sitio semejante?
¿Qué providencial coincidencia fué necesaria para que mientras la joven literata se entregaba a sus ejercicios de alpinismo interior, los otros cuatro ocupantes de la habitación, incluyendo su padre, miraran a otro lugar?.
Y en cuanto a la obra en sí:
 ¿Puede, realmente, creerse que una niña de doce años escribirá, en la segunda página de su Diario, un ensayo filosófico sobre lo que va a escribir tal diario, y en la tercera página una historia de la familia Frank, antepasados incluidos?
¿Es lógico que una niña de doce años, que vive confinada en una buhardilla esté al corriente de las medidas antijudías de los nazis, incluyendo fechas y nombres propios?
¿No es descorazonador pensar que millones de personas han podido creer en la autenticidad de este «Diario»?
¿No es increíble que por el mero hecho de haber osado poner en duda la autenticidad del Diario, el Profesor Stielau, de Hamburgo, fuera expulsado de su cátedra, en 1957?
Hemos dicho que el Diario de Ana Frank era, no sólo un fraude, que eso está establecido por sentencia de juez,  (y de juez judío, además)  sino que era un fraude burdo. Paul Rassinier, ex-miembro de la Resistencia Francesa, miembro de la Sección Francesa de la Internacional Obrera, deportado por los alemanes, pensionado en media docena de campos de concentración e inválido de guerra al 90% afirma 1 que las ediciones francesa, alemana e inglesa del Diario difieren fundamentalmente, y que la escritura que dice ser la de Ana Frank, fotocopiada, en el libro «Spur eines Kindes» del alemán Ernst Schnabel. difiere totalmente de la escritura de Ana Frank en el manuscrito original, escritura que, por cierto, se parece muchísimo a la de su buen padre, Otto Frank.
El caso de Ana Frank es el más espectacular, pero es un caso aislado. Por ejemplo, cuando, en 1954, se discutía sobre la necesidad de rearmar a Alemania Occidental, a lo que se oponía el entonces Primer Ministro Francés, el sefardita Pierre Méndes France, aparecieron, con notoria oportunidad, las «memorias» del niño Rubinowich, otro adolescente judío muy dotado para la literatura lacrimógena. Estas «memorias» aparecieron, por cierto, en un cubo de basura (sic). Inmediatamente la Gran Prensa, armó un alboroto de mil diablos, recordando que los alemanes eran unos desalmados y la cuestión del rearme se aplazó. Simultáneamente el Shylock israelita exigía otra libra de carne a Alemania para alimentar a su colonia de Palestina. Más importante que el caso mencionado fué el de Emmanuel Ringelblum versión oriental de Ana Frank; claro que en masculino y de más edad. El tal Ringelblum escribió «Notes from the Warsaw Ghetto: the journal of Emmanuel Ringelblum» (Notas del Ghetto de Varsovia: el Diario de Emmanuel Ringelblum).
Ringelblum, según él mismo afirma, había sido un líder en la campaña de sabotaje contra los alemanes en Polonia, así como en la revuelta del Ghetto de Varsovia en 1943, hasta que fué arrestado y ejecutado como partisano en 1944. El diario está lleno de referencias fantásticas sobre crueldades alemanas, todas ellas gratuitas y barrocas, como siempre, y especialmente, de crueldades contra niños y niñas judíos.
MacGraw-Hill, los editores de la versión inglesa del libro se vieron forzados a admitir que no se les permitió ni siquiera echar un vistazo al manuscrito original, guardado en Varsovia, y si solo a una versión expurgada por el gobierno comunista polaco. Ringelblum en el Este. Ana Frank en el Oeste. «Diarios» y «Memorias» que son triunfalmente presentados como pruebas por los sacerdotes que mantienen vivo el culto al Mito de los Seis Millones. Pruebas que son completamente inválidas como documentos históricos.

1 Paul Rassinier: «Le drame des Juifs Européens»; pag. 42. Editions des Sept Couleurs. Rassinier
muestra las fotocopias de ambas escrituras que no dejan lugar a dudas. Se trata de la escritura de dos
personas diferentes. (N. del A.)

NOTAS EXTRAS DEL AUTOR DEL BLOG:.
También hay que agregar:
-Las pruebas recopiladas por Ditlieb Felderer en Suecia y por el Dr. Robert Faurisson en Francia prueban, definitivamente, que el famoso Diario es una falsificación literaria.
-La historia había sido escrita en bolígrafo, un instrumento que no se comercializó sino en los años posteriores al fin de la guerra.
  

Auschwitz-Birkenau PAG. 75

El varias veces aludido Instituto de Historia Contemporanea. más de la mitad de cuyos miembros son judíos. pese a que se vio forzado a admitir que las cámaras de gas nunca funcionaron en el territorio del Reich. preciso que «las exterminaciones masivas de judíos empezaron en 1942. en algunos lugares de Polonia, pero, en ningún caso, en territorio aleman».
En ningún caso en territorio alemán, dice el Instituto Este Instituto sabe hacer bien las cosas. Excepto para Juan Pueblo, que engullira ingenuamente cualquier cosa que le repita suficientemente la Radio, la Prensa o la Televisión al servicio de los poderes politicos establecidos, resulta evidente que la historia de las cámaras de gas es insostenible.
En cuanto a los crematorios, todos los testimonios de primera mano han afirmado que se utilizaban para incinerar los cadáveres de los numerosos fallecidos a causa de las epidemias, la inanicion y los bombardeos. Entonces, los resistencialistas de Munich sitúan las «cámaras de gas» en Auschwitz, en la actual Polonia boichevizada, donde las autoridades locales no permiten ninguna encuesta histórica seria, y el historiador se vé obligado a creer en el testimonio de las honorables autoridades comunistas polacas bajo palabra de honor. (sic)
Esos «lugares de la Polonia ocupada» citados por el muy oficioso Instituto de Munich son:
1-Chelmno,
2-Belzec,
3-Maidanek,
4-Seibidor,
5-Treblinka,
6-Stutthof  y
7-Auschwitz- Birkenau.

Por lo que se refiere a los seis primeros, la existencia y funcionamiento de las «camaras de gas» no ha sido atestiguada más que por el llamado «Documento Gerstein», del que más adelante hablaremos, y que presentó tal número de falsedades y exageraciones que el propio Tribunal de Nuremberg lo rechazó. Queda, pues, Auschwitz-Birkenau, el mayor de los campos de concentración nazis, ubicado en Polonia, y donde se han «colocado» como último refugio, las exterminaciones masivas, mediante las «cámaras de gas», de los judíos.
Antes de seguir adelante, queremos llamar la atención sobre una coincidencia fantástica. Los alemanes tenían, aproximadamente, medio centenar de campos de detenidos, aunque sólo 30 merecieran el pomposo título de campo de concentración. De estos 30, y tras haberse asegurado inicialmente que todos poseían sus cámaras de gas, luego, al irse demostrando que tal aseveración era falsa, se aseguró muy seriamente que sólo poseían tal tipo de instalación 7 campos, situados en Polonia, es decir, en territorio ocupado por el Ejército Rojo. Auschwitz, concretamente, en la Alta Silesia, era étnicamente territorio alemán y fué reincorporado al Reich en 1939, al hundirse Polonia. Evidentemente, era posible – al menos, era matemáticamente posible – que los nazis instalaran cámaras de gas en 7 de sus 30 campos de concentración, y que estos 7 campos de. concentración, provistos de cámaras de gas fueran los que cayeran en manos de los soviéticos, mientras que los otros 23 desprovistos de cámaras de gas – tal como seadmitió oficialmente nueve años después – cayeran en manos de americanos e ingleses. Esto es matemática. mente posible. Como es posible que arrojemos 30 monedas al aire; 23 blancas y 7 negras; y que al caer sobre el tapete las 23 blancas salgan cara y las siete negras salgan cruz. Es el mismo caso. La posibilidad matemática de que esto ocurra es, exactamente, igual al cociente del factorial 23 dividido por el factorial 30, es decir, que hay una posibilidad contra 2.035.800. (Una contra dos millones, treinta y cinco mil ochocientas).

No cabe duda. La posiblidad existe. Algo remota, esto parece innegable. Pero existe. Tras haberse afirmado que en Dachau, Belsen, Buchenwald, Dora, y demás campos ocupados por los occidentales hubieron cámaras de gas, la investigación histórica, dirigida por los ocupantes o por entidades contando con su placet, ha debido admitir, bien a regañadientes, que en tales campos no hubieron – o, más exactamente, no llegaron a funcionar – pues alguien las construyó después del final de la guerra – las fatídicas cámaras de gas. Como en los paises «socialistas» la investigación histórica no ha podido llevarse a cabo por haber opuesto una rotunda negativa las autoridades polaco-soviéticas, se ha admitido, oficialmente, que en los 7 campos precitados si hubieron «cámaras de gas», aduciéndose, como prueba, la palabra de honor del Gobierno Polaco. Delicioso. Resulta refrescante, en este mundo materializado, comprobar con qué rara unanimidad se acepta, como prueba incontrovertible, sólido como la roca de Jehová en el Monte Sinai, la palabra de honor de un Gobierno, que ignora, sin duda, lo que se llama «razón de Estado» que tantas mentirijillas diplomáticas ha alumbrado. Sin ocurrírsenos, ni por asomo, poner en duda la palabra del honorable Gomulka, nos permitiremos recordar que, hasta ahora, nunca la palabra de honor de un gobierno, y menos aún, de un gobierno interesado, se ha considerado irrefutable prueba histórica. Por consiguiente, vamos a estudiar, con cierto detenimiento, el caso de Auschwitz.
La revista australiana «Perseverance»1 publicó la siguiente gacetilla que reproducimos in extenso por considerarla de gran interés:

1 «Perseverance», Merredin, Australia, 1 5-V- 1977.

«Día tras día siguen comentándose las supuestas atrocidades nazis y la gente sigue creyéndolas sin pararse a pensar si tales y tantos crímenes son lógica y matemáticamente posibles. Klaus Losch, se paró a pensar en que todo esto fuera falso y a través de todos los datos que pudo recoger, ha reconstruido este estudio, basándose, además, en la capacidad de trabajo de un moderno horno crematorio existente actualmente en la ciudad alemana en que vive, Bocholt.
Se ha dicho en la mayoría de los reportajes, que sólo en Auschwitz murieron unos tres millones de seres humanos. Pues bien: teniendo en cuenta que el campo de Auschwitz operó durantes cuatro años, para conseguir llegar a la cifra de tres millones de asesinados, debieron ser incineradas 750.000 personas por año, lo que quiere decir 62.500 cada mes, o sea, 2.083 cada día. De acuerdo con posteriores declaraciones hechas por los propios testimonios de cargo y admitidas por el Tribunal de Frankfurt que juzgó a los guardianes del campo de Auschwitz, estos crímenes se efectuaban por la noche, para guardar el secreto. 1 Por lo tanto, los 2.083 individuos debían ser asesinados y quemados en las doce horas nocturnas, operación que debió repetirse durante 1460 días (los cuatro años de servicio). «Segun se afirmó, los restos de las victimas fueron enterrados. El peso de la tierra o arena, es un 40 por ciento mayor que el del cuerpo humano; si consideramos un peso de 120 libras (unos 60 kg) de peso por cuerpo humano, eso significa 168 libras de tierra, o sea que cada día se debieron quemar 124 toneladas de carne humana, lo que corresponde a 174
toneladas de tierra que se ha debido remover para enterrarlos. En esos cuatro años 254.000 toneladas de tierra debieron ser removidas y puestas en algún sitio. Al final de la guerra debería existir un muro de tierra alrededor de Auschwitz de 18 pies, es decir, de cinco metros y medio de altura. ¿Dónde está?.
«Se ha dicho que los cuerpos fueron quemados, pero esto es totalmente imposible. Las siguientes cifras se basan en datos obtenidos en el. actual crematorio de Dortmund. Consideremos que en la guerra usaban carbón en vez de gas, como en los modernos crematorios de hoy en día. La incineración de un cuerpo humano de peso mediano necesita hoy día 30 metros cúbico; de gas, y una densidad de calor que requiere 325 kilos de carbón. Para incinerar 2.083 cuerpos diarios son necesarios 60.490 metros cúbicos de gas, o 677 toneladas de carbón por día; 677 toneladas de un material tan vital en periodo de guerra, y durante cuatro años. Es imposible que usaran tal cantidad considerando la crítica situación militar de aquellos días. «Veamos otro cálculo más. Hoy día los modernos hornos necesitan de dos horas y media para quemar un cuerpo. Aún pretendiendo que existieran cien instalaciones de hornos en Auschwitz, serían necesarios .15 años – ¡quince años!– para quemar tres millones de cuerpos, en 12 horas diarias. El campo sólo operó durante cuatro años.
«Las cenizas de un cuerpo pesan aproximadamente dos kilos y medio. Tres millones de cuerpos producirían 7.500 toneladas de cenizas. Dada la escasa densidad de la ceniza, se hubieran producido gigantescas montañas de ceniza. ¿Dónde están? ¿Qué fué de ellas?»

El Doctor Scheidl, alemán aunque no nazi, y ex-internado en Auschwitz, escribe:

«Después de la guerra, Auschwitz fué herméticamente cerrado al exterior. Nadie pudo visitarlo. Desapareció totalmente tras el Telón de Acero.
Cuando se volvió a abrir, dijeron que los alemanes habían volado las cámaras de gas, y al mismo tiempo los hórnos fueron expuestos a la vista del público. Ese hecho, por si mismo, demuestra la mentira. Según los planos (sin duda, falsos, pero admitidos como verdaderos por el Tribunal de Frankfurt) las cámaras de gas debieron estar en el sótano, y los hornos encima. En.esto han coincidido todos los testigos de cargo. Ahora bien: ¿Cómo se las arreglaron los alemanes para volar el sótano y dejar intacta la parte superior? Esto es física y técnicamente imposible». 2

Como este es el último campo de concentración en el cual pueden dar al fraude de los Seis Millones una cierta plausibilidad, los sionistas se aferran con psicopático frenesí a las absurdas cifras de Auschwitz. La última demostración la ha proporcionado Simon Wiesenthal, el auto-nombrado perro sabueso que persigue a supuestos responsables nazis de crimenes contra los judíos. En marzo de 1973, la revista alemana «Deutsche Buerger Initiative», de Frankfurt, publicó un panfleto, editado por el Doctor Manfred Roeder, Fiscal del Tribunal de Hesse, titulado «Die Auschwitz Luege» (La Mentira de Auschwitz). El Doctor Roeder cita una frase del conocido abogado judío, Benedikt Kautsky, internado en Auschwitz durante tres años, quien manifestó:

1 Aún cuando ya lo hemos comentado, queremos resaltar de nuevo la imposibilidad práctica de
guardar u secreto conocido por miles de personas, desde Hitler hasta el último guardián de un campo.
(N. del A.)
2 Franz Scheidl: «Geschichte der Verfemmung Deutschlands».

«Estuve en los mayores campos de concentración de Alemania, incluso en Auschwitz. Pero debo testificar, en verdad, que en ningún campo vi, jamás, una cámara de gas». 1

El panfleto editado por Roeder contiene las manifestaciones de un testigo ocular, Thies Christophersen, que estuvo un año en Auschwitz. A pesar de que el panfleto es una serena y ponderada refutación de la cifra de los Seis Millones en general, y de los tres o cuatro millones atribuidos a Auschwitz en particular, Simon Wiesenthal tuvo la osadía de exigir al Gobierno de Alemania Occidental que retirara de la circulación el folleto, como insultante a la memoria de los Seis Millones de judíos gaseados por los nazis.
Naturalmente1 el aterrorizado Gobierno de Bonn cedió a las exigencias de Wiesentahl, sujeto, que, incidentalmente, se pasea por medio mundo tomándose «su» justicia por su mano raptando y asesinando, sin que ningún gobierno se atreva a aplicarle la ley.
Hace muchos años, cuando las escuelas proporcionaban educación, además de enseñanza, nuestros libros contaban la historia del mentiroso que se da cuenta de que un cierto número de mentiras son necesarias para «demostrar» su primera mentira. Este simple ejemplo forma la base de la afirmación judía de ser un pueblo perseguido, y la primera mentira sobre campos de exterminio ha debido, forzosamente, tener una secuencia de mayores y mejores mentiras. Una gran mentira tiene infinitamente más éxito que una mentira pequeña. El asesinato de seis judíos podría ser facilmente examinado y demostrarse que es falso; pero seis millones de asesinatos son demasiados para ser fácil y rápidamente sometidos a un examen critico. En el Proceso de dejadas de lado. En ningún tribunal del mundo – al menos, en ningún tribunal de un Frankfurt contra los guardianes del campo de Auschwitz, todas las reglas de la jurisprudencia han sido país civilizado – un reo será acusado de haber cometido un número vago e indeterminado de asesinatos. Pero en Frankfurt se acusó a los guardianes de haber dado muerte... «de dós y medio a cuatro millones de personas». Las cifras ya no significan nada... En ningún tribunal civilizado se presumirá culpable al acusado mientras no se haya ronunciado un sentencia. Cualquier periodista que presuma la culpabilidad del acusado será castigado con presidio por ultraje al Tribunal y el proceso será suspendido. En Frankfurt, todo era al revés. Allí, los periódicos y otros rganos de «desinformación» pública desataron una campaña de fal sedades e injurias contra los acusados antes del juicio, durante el juicio y después del juicio. Cuando un fontanero del campo de Auschwitz fué absuelto, se organizó una campaña de prensa poniendo en duda la honorabilidad de los jueces. Un cambio notable en la parodia jurídica de Frankfurt fué la sustitución del jurado – ¡una institución tan democrática! – por una serie de jueces, cuidadosamente nombrados a dedo. De este modo se evitaba que el sorteo designara a un jurado de mentalidad independiente que fuera capaz de dar un veredicto no acorde con lo que se había prejuzgado.
Los procesos de Frankfurt intentaron – y en muchos caso lograron – sobrepasar en pintoresquismo los procesos de Nurenberg. Omitiremos las referencias a un montón de cosas que se admitieron como evidentes, tales como la quema de bebés judíos en gigantescas piras, el asesinato de unos judíos por un SS provisto de una metralleta, porque los judíos en cuestión discutían acalorada mente y no le dejaban dormir, etc., etc. Un chico judío contó una escena tan horripilante, que él mismo se puso a llorar. Los periodistas lloraron. Los jueces lloraron. El Jurado en pleno lloró. Y al día siguiente el juez debió guardar cama, por sentirse indispuesto tras el drama que había escuchado el día anterior. Incidentalmente, el chico promotor de tan lacrimógena orgía, tenía 17 años, y recordemos que los juicios de Frankfurt se celebraron en marzo de 1964, veinte años después del drama.
Claro que el chico contaba una historia que a su vez le había contado alguien. 2 Una testigo judía que lucía unas antiparras respetables y que declaró que no pudo divisar las atrocidades de Auschwitz demasiado claramente debido a la debilidad de su vista, reconoció, 20 años

1 Benedikt Kautsky: «Teufel und Verdammte».
2 «Nationalist News», Dublin, Marzo 1964.


después, al «acusado» Hoffmann, que entretanto, se había dejado crecer la barba y se hallaba a 50 metros de distancia. 1 No obstante, nos detendremos a examinar un par de «pruebas» admitidas por el Tribunal que, a nuestro juicio merecen atención, no por su valor intrínseco, sino por reflejar el desprecio que determinados judíos sienten por la inteligencia de los no-judíos. La primera fué la declaración – admitida por el Tribunal – de que el pelo de las cabezas de los prisioneros de Auschwitz se utilizaba para fabricar cuerdas para ser usadas por los submarinos. Lo que más nos admira, personalmente, es la precisión de las declaraciones. No bastaba con decir que el pelo se utilizaba para fabricar cuerdas. Debían ser cuerdas para submarinos. Este pelo, presumiblemente, no era suficientemente fuerte para acorazados. Nos imaginamos al comandante de un U-Boote, en medio del Atlántico, a la luz de la luna, murmurando:

«Ya no es el mismo pelo ensortijado de los rabinos de antes de la guerra... Lós judíos de ahora usan demasiado tónico capilar y perfume y esto debiita las fibras de las cuerdas».

Lo que sorprende es que esas cuerdas de pelo no se utilizaran en las horcas, que, sin duda, debían estar diseminadas en el campo de Auschwitz como narcisos en un claro del bosque. La segunda historia es una verdadera joya. Es la historia de un soldado de las SS, que fué hallado convicto de haber mandado a su casa un lingote de oro hecho con las extracciones de dientes de... «20.000 a 100.000 judíos gaseados»... Decididamente las cifras no significan nada y 80.000 más o menos es una insignificancia. Supongamos cuatro dientes de oro por boca; ese lingote de oro ha debido hacerse al menos, con 80.000 dientes, o con 400.000 si aceptamos el presupuesto máximo de 100.000 gaseados. Suponiendo que sólo se emplearan dos minutos por extracción – tiempo rápido para una mandíbula en pleno rigor mortis – , el tiempo necesario para recuperar estos dientes de oro seria, para usar el moderno argot técnico 2.666 horas dentales (mínimo) o 13.334 horas dentales (máximo). Uno está tentado de decir que los dentistas de Auschwitz no tenían un sindicato que les
protegiera eficazmente.
Thies Christophersen, a quien ya hemos aludido, niega resueltamente que existiera el «crematorio gigante», con una enorme chimenenea, cerca del campo de Auschwitz.

«Cuando salí del campo, en diciembre de 1944, no ví ninguna chimenea, ni grande ni pequeña». 2

¿Existe hoy ese misterioso edificio, con su gigantesca chimenea...? Pues no. El autor «concentracionario» judío, varias veces citado por nosotros, Reitlinger, afirma que fue completamente demolido en octubre de 1944, aún cuando Chnstophersen niega que existiera tal demolición. No obstante, Reitlinger no es, en este caso, un testigo de primera, sino de segunda mano. A él se lo dijo un colega judío, el dóctor Bendel, y este Bendel es el único testimonio de la existencia y posterior demolición del «horno gigante». Mejor dicho, era el único testimonio, porque cuando Reitlinger le citó en su libro, ya había muerto.
Reconozcamos que la situación es extrañamente típica. Cuando se llega a un punto en el que se precisa una evidencia, en el sentido legal del término, una prueba, entonces... el edificio fué demolido, el documento «se extravió», las órdenes fueron «verbales». Otra cosa curiosa: el único acusado que no apa. reció en el Proceso de Frankfurt fué Richard Baer, el sucesor de Rudolf Höss como Comandante de Auschwitz. A pesar de hallarse en perfecto estado de salud, murió súbitamente er su celda de la prisión, dos días antes de empezar el proceso, «de manera extremadamente misteriosa». 3 Baer siempre había mantenido su versión de que en Auschwitz nunca existieron cámaras de gas, ni nunca creyó que tales cosas hubieran existido jamás en ningún campo de concentración aleman.

1 Id.
2 Thies Christophersen: «La Mentira de Auschwitz», pág. 37.
3 Id.

Según Christophersen, en fin, Auschwitz-Birkenau no era más que un gigantesco complejo insustrial, donde se fabricaba, especialmente, caucho sintético y en el que, si ciertamente se empleaba a los internados en trabajos forzosos, nunca tuvieron lugar exterminios masivos de judíos ni de ningún otro grupo étnico. Como cualquier gran complejo industrial Auschwitz fue organizado de manera sistemática pensando en dársele la mayor eficiencia posible. Las per sonas recién llegadas, y sin empleo, eran, de momento, acuarteladas en Birkenau, donde estaban instalados los campos de tránsito. Allí mismo estaban los campos para judíos y gitanos. Así mismo, las personas enfermas, muy en fermas ó moribundas eran igualmente enviadas a Birkenau, y si tomamos las cosas en tal sentido sí que puede afirmarse que Auschwitz era un»campo de la muerte». Con tal motivo, habían más hornos crematorios que en otros campos: cuatro, según Rassinier y muchísimos más según los diversos autores judíos, que se contradicen entre ellos hasta límites increíbles.
Otra contradicción se produce en el caso de la única prueba documental de la existencia de las «cámaras de gas», un documento triunfalmente exhibido por la Acusación en Nurenberg y posteriormente en Frankfurt. 1 Se trata de una carta de la Administración General de los Campos de Concentración dirigida a la casa Topf & Söhne, de Erfurt, en la que se solicita el suministro, no de cámaras de gas, sino de «hornos crematorios» y de unos llamados «baños duchas». Estos «baños duchas» son, según los mantenedores del Fraude, las célebres «cámaras de gas». Cuando los abogados defensores, en Nürenberg o en Frankfurt, preguntaban a los testigos de la Acusación en qué se basaban para llegar a tal conclusión, éstos respondían que los alemanes no eran tan estúpidos para formular claramente órdenes tan comprometedoras para ellos y que «baño ducha» significa, en lenguaje de código, «cámara de gas». Naturalmente no se molestaban en explicar dónde y cómo habían descubierto ellos la clave de tan abracadabrante código.
En cambio, pretenden haber encontrado una orden de cierto «alto jefe» nazi, en el sentido de que dejaran de utilizarse, temporalmente dichas «cámaras de gas»... de dónde hay que concluir que los alemanes eran muy estúpidos o muy listos, según conviniera a los razonamientos de la Acusación. Pero es que, además, no han hallado tal orden, sino que simplemente se apoyan en un testimonio de segunda mano, de un tal Kurt Becker, un oficial de las SS, que se lo «oyó decir» a Himmler. Este Becker salvó su vida protegiendo a la judía húngara Baronesa Weisz.

El gas utilizado en las «cámaras de gas» era el Zyklon B.

El Zyklon B era un bien conocido y ampliamente utilizado insecticida, producido por la «Deutsche Gesellschaft fur Schädlingsbekämpfung» (DEGESCH). Antes de la guerra había sido vendido en todos los mercados del mundo como insecticida de primera clase.
Durante la guerra lo utilizó la Wehrmacht y fué también muy empleado en los campos de prisioneros y de concentración y, naturalmente, fué empleado en Auschwitz. La constante amenaza del tifus causado por los piojos, y los calamitosos resultados de un alto forzoso en las medidas de desinfección en Belsen, hicieron que los alemanes extremaran las medidas de precaución en Auschwitz, donde ya en 1943 hubo una epidemia de tifus que fué de tal magnitud que debieron de suspenderse los trabajos en las plantas industriales de caucho sintético. En vista de la gran importancia del complejo industrial de Auschwitz para el esfuerzo de guerra alemán, no es sorprendente que el Zyklon B fuera usado en grandes cantidades en Auschwitz y su región circundante, incluyendo Birkenau, para la prevención de epidemias. Hagamos referencia, de paso, al hecho de que los alemanes eran los pioneros en gases tóxicos, mucho más baratos que el insecticida Zykion B, y de efectos más prácticos para el objetivo que se supone. Al terminar la guerra, se confirmó que los alemanes habían descubierto los tres gases tóxicos más poderosos de los conocidos hasta entonces: el Tabun, el Sarin y el Somán. El llamado Somán produce los efectos más terribles.1

1 Juicios de Nurenberg: Documento N. 1 1450/42/B 1/H.

Al cabo de unos segundos de aspirarlo, los hombres quedan sometidos a un estado de colapso convulsivo al que sigue la muerte segura, en cuestión de unos minutos.
Cuando un neurogas (Tabun o Sarin) pasa a través de la piel en cantidades efectivas, deja sentir sus efectos rápidamente y sobreviene la muerte al cabo de uno o dos minutos. Al final de la guerra, los alemanes estaban provistos de 7.000 toneladas sólo de Sarin; cantidad ésta más que suficiente para exterminar a los habitantes de más de 30 ciudades del tamaño de Paris.2  Es decir, que si hubieran querido realmente los alemanes gasear a sus judios, les bastaba con concentrarles en una reducida zona de la estepa rusa arrojando sobre la misma una ínfima parte de los gases letales que tenían almacenados.
Es absurdo que disponiendo de tales gases fueran a emplear un insecticida tan conocido en Alemania como el DDT en América y, después de la guerra, en Europa.
Los autores del Fraude saben muy bien que la mejor manera de «colar» una mentira es servirla aderezada con fragmentos de verdad, tengan o no relación con el caso. Además, es imprescindible, para autentificar un fraude, lograr una «doble interpretación» de los hechos.
Esto se logró en Auschwitz mejor que en ningún sitio. Por ejemplo:

a) No sería demasiado injusto el sobrenombre de «Campo de la Muerte» que se le adjudicó a Auschwitz, puesto que allí eran mandados, los considerados, en principio, enfermos graves, precisamente por disponer de las mejores facilidades médicás. Los mitómanos de los Seis Millones lo llamaron «Campo de la Muerte» por haber sido, según ellos, un campo de exterminio.
b) El Zyklon B era utilizado para desinfectar, pero según otros, para exterminar.
c) Las «selecciones» de personal eran necesarias por la naturaleza de los trabajos que se realizaban en la zona industrial de Auschwitz; pero se alegaba que esas «selecciones» tenían como finalidad escoger a los presos que se iban a gasear, y, posteriormente, a cremar.
d) Cuando se hacía desnudar a los presos y luego se les obligaba a entrar en los
«baños ducha» era para proceder a su despiojamiento, pero los del Fraude afirman que era
para gasearles.
e) Existían crematorios convencionales en Auschwitz-Birkenau. Para incinerar los cadáveres de los fallecidos por causas naturales o inherentes a un campo de concentración normal, según unos. Los crematorios eran para cremar a los gaseados e, incluso, a judíos vivos, según otros.
f) El mal olor que se percibía en el campo era debido al proceso de hidrogenación en la fabricación del caucho sintético. No. No era eso. Era el hedor de la carne quemándose en los hornos...
En realidad, esa «doble interpretación» sólo sirve para personas muy influenciadas por la propaganda, Las segundas alternativas propuestas en los cinco primeros puñ tos son obvias mentiras. En todo caso, son indemostrables, y no debemos nunca olvidar que en los sistemas jurídicos de todos los paises civilizados, se aplica el principio «in dubio, pro reo».
En caso de duda, se resuelve a favor del reo. En cuanto al sexto punto, el del hedor de los cadáveres asándose, es un error de los cultivadores del Fraude. Nunca debieron haber hablado de mal olor en su historia; si se nos permite un fácil juego de palabras, eso del mal olor, «huele mal». Es el clásico hecho excesivo. El querer demostrar demasiado. No hace falta ser un Gustave Le Bon, un Sorel, un gran especialista de la psicología de las masas para comprender que una multitud que percibe el hedor de los cuerpos quemados de sus camaradas, con los que ha estado conviviendo horas antes, cae presa del pánico, se produce la histeria colectiva y los guardianes de los miradores deben agotar su munición

1 [Falta]
2 Brian Ford: «Armas Secretas Alemanas».

ametrallando a la despavorida muchedumbre. No obstante, en toda la ingente literatura concentracionaria no hemos leído un solo relato de pánico colectivo. ¿No es esto increíble? Ya no nos circunscribimos al caso particular de Auschwitz. Nos dicen los Kogon, los Reitlinger, los Uris, los Hilberg, y demás apóstoles de este tipo de literatura, que en todos los campos los alemanes, gradualmente, iban exterminando a los judíos. Es inconcebible que los parien tes y amigos de los exterminados estuvieran tan «distraídos» que no se dieran cuenta de que estos habían desaparecido tras una sesión de despiojamiento. «Ante la creencia en un daño inminente, la multitud sedesmanda. Se produ.cen, entonces, actos inauditos de heroicidad y de desesperación, hasta que llega la histeria colectiva que sólo puede ser controlada y dominada por la vioÍencia serena de unos pocos». 1 La Historia nos demuestra que esta observación es atinada. Por ejemplo, al final de la pasada guerra mundial, los croatas y los rusos anticomunistas de Vlassov que, faltando a sus promesas, los
angloamericanos entregaron a los comunistas, se rebelaron, al enterarse de lo que se tramaba y, desarmados, se enfrentaron a sus guardianes. Hubo más de 15.000 suicidios; los hombres mataban a sus mujeres y luego se abrían las venas. Los pseudo-historiadores concentracionarios no citan ni un sólo caso de revuelta en los campos. ¿Tan diferentes eran los judíos de rusos, croatas y, en general, de cualquier otro grupo humano?... Habrá que creerlo así. 2
Podría escribirse un grueso volumen exclusivamente dedicado a narrar los falsos testimonios perpetrados en conexión con el tema de Auschwitz. Nos limitaremos a mencionar el caso Nyiszli.
El comunista húngaro Mikios Nyiszli declaró ante el tribunal que le escuchó muy seriamente, y luego lo publicó en un libro espeluznante3 que, en su calidad de detenido empleado en el campo de Auschwitz, se veía obligado a colaborar con los alemanes en la manipulación de los crematorios y las cámaras de gas. Dice Nyiszli: «25.000 personas, judíos, gitanos, rusos, ucranianos, etc., fueron cremadas en Auschwitz desde prinicipios de 1940 hasta 1944. Otro marxista como Nyiszli, pero no comunista, sino socialista, el ya aludido Paul Rassinier, respondió en su sensacional obra «Le Mensonge d’Ulysse» que:

«... 25.000 personas diarias durante casi cinco años supondría más de 45.000.000 de cremados, en Auschwitz sólo; y con cuatro hornos crematorios de quince parrillas cada uno – afirmación de Nyiszli que no responde siquiera á la versión oficial – a tres cadáveres por parrilla, harían falta. doce años para acabar de cremarlos a todos».

Rassinier pagaría su fidelidad a la Aritmética con un proceso en difamación que contra él entabló la Asociación de ex-deportados franceses, donde los marxistas tienen predominio casi absoluto. El proceso terminó con un «no ha lugar», lo que, dado el clima políticó de la época, constituyó un sorprendente éxito.
En el curso del proceso, Rassinier declaró que hizo esfuerzos denodados para ponerse en contacto con el tal Nyiszli, al que parecía habérselo tragado la tierra. Finalmente, consiguió entrevistarse con el traductor de la obra al francés, un tal T. Kremer (otro judio).
Rassinier no pudo llegar.a obtener la certeza de que el tal Nyiszli existió verdaderamente.
Dos años más tarde apareció una traducción inglesa del libro, titulada, simplemente «Auschwitz». El traductor era Richard Seaver, otro Judío, 4 y el editor Bruno Bettelheim,

1 Gustave Le Bon: «Psychologie des Foules».
2 Y no obstante, hay motivos para creer que los júdíos, ante la muerte, son extremadamente humanos.
Basta con leer a Arthur Koestler en «El Cero y el Infinito», donde nos describe las actitudes de sus correligionarios trotzkystas en el momento de ser llevados ante el pelotón de ejecución: lantos, pataletas, ataques de histeria, pérdida del control de la propia fisiología, etc. En cambio, en Auschwitz, se iban impertérritos a la cámara de gas. ¡ Inaudito!
3 Miklós Nyiszli: «SS-Obersturmführer Mengele».
4 Observemos que autores y editores de este tipo de literatura son siempre judíos, nunca Gentiles. (N. del A.)

de la misma raza. Nyiszli – si es que llegó a existir realmente – había ya muerto por entonces, toda vez que en el copyright del libro se especiflca que el détentor del mismo es una tal «N. Margaretha Nyiszli», viuda del autor. Igualmente se específica en la anteportada del libro que el autor, Miklós Nyiszli, era doctor por la Universidad de Breslau en 1930.
Según Rassinier es practicamente imposible poner de acuerdo los datos suministrados por las diversas ediciones (alemana, inglesa y francesa); es más, incluso es imposible obtener una consistencia interna dentro de una misma edición. En la edición francesa de 1960 sé puede leer que «sesenta hornos podían incinerar varios miles de cadáveres diarios», pero unas páginas después afirma que cada uno de los crematorios reducía a cenizas, diariamen. te, 10.500 cadáveres. Es una cifra realmente impresionante, pero lo chocante es que sólo dos páginas atrás el autor se contradice al afirmar que los hornos podrían cremar a 6.500 cadáveres diario, como máximo. En una palabra, una confusión total de datos y cifras.
Rassinier, que no pudo hallar un sólo testigo que hubiera conocido al tal Nyiszli, no pudo, tampoco, localizar a su viuda, que se supone cobraba los derechos de autor. Es muy importante tener en cuenta que Miklós Nyiszl, que se supuso, en un principio, que había declarado personalmente ante el Tribunal de Nuremberg, resultó luego que testificó por medio de una declaración jurada, tipo de testimonio que no se admite como prueba ante ningún tribunal del mundo, sino como simple indicio o corroboración. No ha sido posible demostrar la existencia del tal Nyíszli, ni tampoco que una persona de tal nombre se doctorara en la Universidad de Breslau en 1930, pues al ser anexionada esa ciudad por Polonia en 1945, los archivos de la Universidad pasaron bajo control del Gobierno Polaco, que no permitió que Rassinier investigara en ese sentido. Realmente, parece, por lo menos, sospechoso, qué si Nyiszli estaba en las listas de doctorados, el gobierno Polaco, principal defensor de la tesis de que Auschwitz fue un campo de exterminio, no permitiera esa investigación que debiera hacer resplandecer «su» verdad.



CONCLUSION:

6 millones asesinados (población de un país como Suiza), sin dejar rastro:
Sin arma del crimen.

Sin millones de cadáveres ni toneladas de cenizas ni huesos.

Sin encontrar ordenes en los kilómetros de documentos capturados de la dictadura mas disciplinada del mundo.

Solo declaraciones incongruentes de detenidos rencorosos y de unos SS torturados.

¿Millones de gaseados y ninguna autopsia diagnosticando 'muerte por gas'?  ¡Ni una sola!.



LA VERDAD SOBRE EL HOLOCAUSTO
LAS 6 PARTES
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PARTE 4

PARTE 5

PARTE 6

PARTE 7








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